Entenem la ficció com a esdeveniment, objecte i tecnologia. Una tecnologia que desperta la creació de futures realitats, entrellaçant projeccions i especulacions. La ficció com a eina que es nodreix de l’equilibri entre la mímesi, la catarsi i una possible dimensió espaitemporal en la qual no habitem. De manera creativa i experimental, ofereix arribar a horitzons inexplorats traçats per la imaginació.

Pensar la ficció com a tecnologia la configura com a mecanisme que ens ajuda a identificar allò que ens sobrepassa (hiperobjecte) i identificar aquelles ficcions que reverberen en el nostre pensament com a articuladors de perspectives socioculturals. Coexistim enmig de ficcions col·lectives, futurs que tenen conseqüències materials en el present. Així doncs, entendre la ficció com a tecnologia ens permet dibuixar noves narratives, dissenyant l’esdevenir futur i redefinint ficcions que ja han quedat obsoletes.

Partint de l’experimentació, la nostra ficció pren una veu subjectiva que ens porta a explorar on queden els límits dels cossos, si és que hi són. Aquest mètode conviu amb l’autòpsia i el use case, prenent la mutació i simbiosi com a procés existencial de l’esdevenir de la veu narradora.

Me desperté y seguía en la telaraña, tenía la esperanza de que de alguna manera incomprensible me hubiera liberado y pudiera seguir mi vuelo, pero no fue así. Decidí no seguir la táctica utilizada anteriormente. Me había agitado neuróticamente hasta fatigarme sin haber logrado el objetivo de liberarme. Opté por hacer un estudio exhaustivo de mi entorno para invertir estratégicamente la energía que me quedaba. Decidí no seguir la táctica utilizada anteriormente.

Casi sin darme cuenta había perdido la noción del tiempo, me había perdido en esa observación. De repente caí en que todo parecía acelerado, y no por los días o las estaciones del año, sino por la rapidez en la que el olivo que tenía a pocos metros se había convertido en un exuberante e imponente ejemplar. Pero ese ejemplar no parecía ya ni tan siquiera un olivo. Disponía de cables como raíces y se apreciaba una protuberancia la cual habría jurado que se trataba de una cola de león. Pensé que empezaba a perder la cabeza pero veía claramente como esta se agitaba apartando las palomas que se postraban en sus ramas. Me perturbó gravemente pero lo justifiqué con la malnutrición que había estado sufriendo recientemente.

Pensando en el gran vacío de mi estómago empecé a buscar cualquier cosa alrededor que me sirviera para no desfallecer o por lo menos para engañar al hambre. Mi desesperación y agitación mental empeoró cuando me topé con otra ilusión todavía más extraña (si cabía); se trataba de un hongo que me devolvía la cara de susto con facciones reptilianas. Sus ojos camaleónicos bailaban descordinados y su lengua batía récords de distancia.

No entendía nada, no sabía si pensar que me había vuelto loca o el resto del mundo era quien se había vuelto loco. Cerré los ojos para que desapareciera aquel lugar extraño que no identificaba y al cual no pertenecía. Estaba en shock, pero debo confesar que en el divagar de mis pensamientos deseé disfrutar de esa lengua que me facilitaría tanto las cosas en la situación que me encontraba…

Al abrir los ojos esperanzada el fiasco fue mayor, ya ni siquiera podía saber si era de día o de noche, el espacio estaba dividido en franjas iluminadas y oscuras, olía a mar a la vez que escuchaba una cabra montesa. No era capaz de saber dónde acababa el cuerpo de una chimenea y seguía el vuelo de un estornino dotado de unas espectaculares uñas de Rosalía con cuarzo incrustado. Definitivamente el mundo como lo conocía ya no existía. Me preocupaba y, sobretodo, me atemorizaba. Pero no podía negar que las vibraciones eran mucho más intensas y la libertad que se respiraba era refrescante y renovadora.

Los seres se comunicaban de la forma más dispar y sorprendentemente se entendían. Se mostraban y vivían honesta e instintivamente, sin diferenciar entre lo animado e inanimado. Los acuerdos a los que se llegaban eran desconcertantes y se llevaban a cabo constantemente. El miedo que en un principio sentía fue mutando hacia un sentimiento de fascinación y curiosidad, y la alteración de las fuerzas gravitatorias añadían el azar en esa combinación y simbiosis de elementos. La atracción y repulsión entre seres, materiales, ondas, cuerpos y todo tipo de elementos parecía arbitraria y a la vez minuciosamente provocada.

Todo ésto se acercaba a mí y dejé de resistirme para, en su lugar, acogerlo. Y empecé a interaccionar con estos cuerpos que me compartían emociones, deseos y preocupaciones de tal manera que casi podía sentirlas. Y esta conexión fue en aumento a la par que menguaba la necesidad de identificar y categorizar mi entorno. Las fronteras se diluían y la presión que sentía se desvanecía.

Y llegó. Llegó el momento en que no sabía reconocer ni dónde estaba, ni cuándo ni por qué, solamente sentía el deseo de salir de la telaraña para experimentar mientras sobreviviera. Y llegó esta quimera. Llegó el cuerpo que me propuso adquirir una piel resbaladiza de pinguino para compartir mi capacidad aérea. Y lo hicimos.

Pude liberarme de la telaraña deslizándome entre hilos invisibles y alzamos el vuelo con la incertidumbre de en qué nos convertiríamos, con una conexión que nunca antes había sentido. Ya no me perturbaba el cambio de identidad o de cuerpo. Sentía que estaba en sintonía con todo y que no me identificaba con nada en concreto.